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El territorio de la cultura popular: moderno y contemporáneo
Tal vez podemos
encontrar datos sobre la cultura popular[1]
en nuestro análisis de texto cuando no referimos al contexto centro-periferia o
la forma como la identidad es un motivo de ser premoderno, moderno o
posmoderno. Los artistas en la década de los noventas que en su producción
pictóricas y escultóricas estaban vinculados a temas locales propios de los
gustos de la burguesía tradicional o compradores nacionales, tienden a ser
cuestionados por la crítica por su exotismo al no tener elementos posmodernos en
su conceptualización. Los temas locales como la casa típica, el folclore y lo que se va a considerar actitudes ornamentales por vías
tradicionales.
En muchas
oportunidades, las producciones de la cultura popular no dejan rastros. Cuando
se trata de sociedades premodernas, la reconstrucción se hace aún más
complicada porque los sectores populares no tuvieron acceso a la
alfabetización. La cultura elitista, en cambio, deja testimonios de su
producción: estatuas, libros de arquitectura, partituras musicales.
La cultura popular se
manifiesta a través de producciones locales, heterogéneas, creadas a lo largo
del tiempo y asociadas a tradiciones. A causa de su heterogeneidad y pluralidad
de manifestaciones, algunos autores prefieren hablar de culturas populares, en
plural.
Las manifestaciones culturales populares
suelen idealizarse en cada país como recursos para reforzar la identidad
cultural nacional, tal es el caso de la Generación Nacionalista en Costa Rica
en la primera mitad del siglo XX, la cual aglutinó las nuevas visiones de un
paisaje con tintes bucólicos que se contraponía al discurso neoclásico y la
imaginería religiosa colonial[2].
“La referencias al arte extranjero acompañan toda la historia del
arte latinoamericano. Apropiarse de las innovaciones estéticas de las
metrópolis fue un recurso de muchos artistas plásticos para repensar el
patrimonio cultural propio, desde Diego Rivera hasta Antonio Berni.
Innumerables pintores se nutrieron en el cubismo, e surrealismo y otras
vanguardias parisienses para elaborar discursos nacionales”.[3]
Fausto Pacheco, Max Jiménez, Francisco
Amighetti buscaron en el impresionismo, el expresionismo, en el fauvismo
berlinés y el muralismo mexicano los instrumentos para reconceptualizar la
identidad costarricense, de igual modo los artistas locales de los noventa
importaron los estilos de las metrópolis para integrarse al mainstream internacional.
Por ende, estas nuevas tendencias tienden a
negar esas manifestaciones por su sentido local, quieren ser transterritoriales
y nómadas, globales y no locales. Todo el universo de la cultura rural con
bases religiosas y tradicionales, formas del folklore, los rezos del niño, las
procesiones del pueblo, los artesanos de la madera, los cuentistas. Fiestas
patronales en nombre del santo del pueblo, los juegos del barrio (rayuela,
canicas, carrera de cintas). Las culturas populares como entidades
constructoras de una contemporaneidad no moderna. Donde las tradiciones
dinámicas y nuevas culturas urbanas se mezclan. La movilidad transcultural de
los criterios de valoración estética y artística delimitan la relación entre el
arte culto y las culturas
autóctonas y permiten posibilidades de ruptura de la polaridad alto-bajo más
allá de la seudodescentralización postmoderna. Los discursos posmodernos
latinoamericanos negocian con los recursos iconográficos de la cultura popular,
pero visiones centradas en el pastiche, el kitch, el performance promovidos por
los lenguajes codificados desde las curadurías y la políticas culturales de los
museos de arte contemporáneo. Lo folklórico se vería como una estrategia
posmoderna pero desde el proyecto y sus niveles de semanticidad.
Algunos artistas en los años noventas
empiezan a trabajan para múltiples contextos. Algunos producen sus objetos
estéticos en los centros locales, cuyos referentes devienen de lenguajes
modernos, tradicionales y costumbristas que enriquecen sus propuestas
simbólicas destinadas a públicos
nacionales localizados en las periferias (Rafa Fernández). Otros modifican sus
obras con orientaciones posmodernas y experimentales para públicos localizados
en los centros de América Latina (México, Miami, Buenos Aires, Sao Paulo),
Estados Unidos y Europa (Priscilla Monge). Otros creadores emigran a los
centros para integrarse a los circuitos de mayor alcance y quienes tienen
destinatarios globalizados o se integran a los ghettos artísticos marginales y
étnicos de las grandes ciudades esperando poder acceder al mainstream
internacional.
[1] Hasta el siglo XIX se entendía que el término cultura
designaba sólo objetos artísticos, lo que hoy se llama alta cultura o cultura
elitista. Esos bienes culturales eran producidos y consumidos por las élites
dominantes, como sigue sucediendo en la actualidad. Los sectores populares no
accedían a esos objetos culturales, pero sí producían y consumían otros. A las
expresiones culturales de los sectores populares se les denomina cultura popular o cultura subalterna., por
que son manifestaciones culturales de los sectores que no ocupan posiciones de
poder económicos o político, en la disposición del capital cultural. Ver los
libros de Juan Acha sobre la cultura popular y las industrias artísticas en
América latina.
[2]
Siguen reproduciéndose hasta hoy, la repetición de las mismas estructuras del
gusto como expresión de las tradiciones iconográficas nacionales y circula sólo
dentro del propio país, pero la ubicación de sus figuras líderes ha cambiado.
Las artes plásticas permanece como una de las fuentes de lo que queda del
imaginario nacionalista, son aún escenarios de consagración y comunicación de
los signos de identidad
regionales. Sin embargo, un amplio sector de la creación, la difusión y la recepción del arte se realiza hoy
teniendo en cuenta una escala
mayor que la sociedad donde se producen las obras. Nestor García Canclini, La
Globalización Imaginada. Pág 147.
[3]
Ibidem, pag 146.
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